Archive for diciembre 2006

La pesadilla antes de Navidad

Veo luces sobrevolando las calles, guirnaldas de latón que amenazan con una nueva embestida de navidades blancas, y me echo a temblar. Veo a civiles y partisanos cruzar bajo el palio de celebraciones que nos recuerdan el alumbramiento de grandes almacenes y regurgitan pesebres de emergencia, como si ya no los tuviésemos enquistados en los laicos altares de cada día. Veo anuncios turroneros que prometen jornadas de amor y felicidad donde los seres queridos se reúnen a la mesa para ingerir tres mil calorías de una sentada e intercambiar trivialidades que se sacan del armario todos los años, como la plata, las bolas de navidad o esas apariencias que huelen a naftalina y asfixia.
 
Veo espíritus inquietos apresurarse a las agencias de viaje para inquirir sobre paquetes de evaluación de última hora, y les deseo suerte. Veo voces que se alzan con mensajes grandioso que nunca alzan el vuelo, como pingüinos corriendo en una pista de despegue. Veo cifras que advierten de que el año bate récords de tristeza en estos días porque muchos no consiguen esconderse de ese ruido fatuo que acecha en cada esquina del calendario y se sienten, acaso en compañía, más solos que nunca, más perdidos. Veo entre ellos muchos que no tienen quen les quiera, o quien finja quererles, que con un poco de cava en las venas todo se confunde, y otros tantos que al chocar de frente con quienes tanto dicen que les quieren ven abrirse heridas que apenas habían conseguido cicatrizar. Veo aeropuertos y estaciones repletas de almas en tránsito, como si se acercase un huracán. Alguna sregresan y otras huyen; todas cuentan los días que faltan. Veo con inquietud como se acerca esa marea de euforias por decreto y liquidación de besos y abrazos y me pregunto por qué será que tantas gentes se sienten más abandonadas que nunca en estas fechas. Veo conjeturas que reflotan anualmente en coloquios de medianoche y me digo si no será que es más fácil engañar el estómago que al corazón y que, colesterol aparte, las mentiras que durante el resto del año son piadosas por navidad se arman de cuchillos afilados y pierden la conciencia. Veo colas formarse frente a quioscos improvisados con unos magos de Oriente de zarzuela y me pregunto si en alguna de esas cartas en tantas manos habrá alguna que pida que le dejen en paz, en paz con la verdad y a solas con ella.
 
Me detengo frente a un escaparate repleto de cartón piedra y productos que prometen píldoras de felicidad y conceden el sello de haber cumplido. Por un instante imagino a esos magos de Oriente, si consiguen pasar los controles de seguridad de los aeropuertos, cabalgando mano a mano con las muñecas de famosa o de gentes que se confunden con ellas. Imagino un misil tierra-aire que vaporiza a Papa Noel en pleno vuelo, y la estrella de Belén, que reluce como una bomba de azufre, estrellándose en la fachada de un centro comercial. Hay doce uvas envenenadas y se supone que hay que tragárselas todas. Hace calor, como si el infierno estuviese ascendiendo por el ascensor del parking. Mañana, o el otro, será otro año. Otra oportunidad.
 
Carlos Ruiz Zafón

Greensky

Dante era un niño a quien le encantaba leer. Pasaba el día sumido en sus libros sin prestar mucha atención a lo que ocurría a su alrededor. Su favorito era uno que trataba sobre mitos y leyendas de su tierra y tenía una pequeña obsesión con la ciudad llamada Greensky. Se la describía como una ciudad solo para niños donde no pasaba el tiempo pero claro, costaba creer que un sitio así pudiera existir. A Dante eso le importaba poco, él estaba decidido a llegar hasta allí costase lo que costase.

Una noche se despertó sobresaltado al oír un ruido extraño procedente del interior de la casa. Se levantó, algo asustado, para poder comprobar de qué se trataba. Al asomarse al salón encontró uno de sus libros abierto de par en par. Lo cogió tal como estaba y echó un vistazo a la página por la que se había abierto. En ella se describía a un extraño personaje, era un lobo con fuego azulado en los bordes del pelo que cubría todo su cuerpo y que andaba sobre sus patas traseras. Dante siempre lo había imaginado de una belleza y serenidad impresionantes pese a que nunca le había inspirado mucha confianza. Al principio no llegó a darse cuenta pero repasando la página se percató de que en el momento en el que se decía el nombre del animal no había nada. No se trataba de un tachón o de algún posible error de imprenta. Simplemente se hallaba el hueco donde debía estar escrito y no recordaba que fuera así antes. Pasó varias páginas y en todas pasaba lo mismo.

En un gesto casi instintivo, pronunció ese nombre en voz alta.
“Frouden”
“¿Me llamabas?”
Dante se quedó blanco.

Al girarse pudo comprobar que, en efecto, ahí estaba el magnífico Frouden penetrándolo con la mirada como si pudiera leer en su mismísima alma. Realmente era fácil sentirse pequeño ante una criatura semejante.
No te asustes, no he venido a hacerte daño. Todo lo contrario, mi intención es ayudarte.”
“¿Ayudarme? ¿Y por qué debería yo necesitar tu ayuda?”
“Se que quieres viajar hasta Greensky y yo puedo llevarte hasta allí.”

Dante vaciló por un instante. Estaba emocionado, no podía negarlo. Tenia delante suya al mismísimo Frouden y además estaba dispuesto a ayudarle pero, aun así…
“Espera un momento. Te conozco y se que no haces las cosas sin esperar nada a cambio.”
Una mueca extraña que Dante interpretó como una sonrisa se formó en el rostro del lobo.
“Pareces un chico listo…bien, como dices así es. El trato consiste en que de todo lo que tu consigas gracias a mi, yo me quedaré con una parte.”
Dante lo pensó durante un buen rato y por más vueltas que le daba no encontraba inconveniente alguno en hacer un trato así. Al fin y al cabo él siempre saldría ganando.
“Trato hecho.”

 Al día siguiente Dante preparó sus cosas para partir de viaje a la misteriosa ciudad, estaba realmente entusiasmado. Siguió a Frouden hasta la entrada del bosque Fokuro que separaba su pequeña aldea de Greensky, suponiendo que realmente existiera tal lugar. Allí echó una mirada al paisaje. Miles de hectáreas de bosque podían observarse hasta el horizonte.
“¿Cómo vamos a cruzar un bosque como este sin ningún medio de transporte? ¡No llegaremos nunca!”
El chico tenía razón, Fokuro parecía no tener fin y muchas leyendas recogidas en libros aseguraban que así era, solo debía atravesarse si sabias tomar el camino correcto porque de lo contrario te perderías para siempre.
“No te preocupes, te dije que te ayudaría y eso es lo que voy a hacer.”
Frouden parecía muy seguro de si mismo. Se acercó a unos árboles y puso sus garras sobre el tronco de uno de ellos. Pronunció unas palabras en voz baja que Dante no pudo escuchar y un pequeño haz de luz iluminó las palmas de las patas de Frouden. Poco a poco ese destello fue creciendo hasta volverlo todo blanco cegando al niño por completo.
Cuando al fin pudo abrir los ojos vio que, en el lugar donde antes estaban plantados los árboles ahora había un claro con un gran carro de madera conducido por dos caballos de fuego azul similar al del cabello de Frouden en el centro.
“¡Que pasada! No puedo creer lo que estoy viendo.”
“Ahora mis caballos nos llevarán por el camino correcto a la salida. Vamos, sube sin miedo.”
A Dante le brillaban los ojos de alegría, estaba entusiasmado y no podía creer que algo así le estuviera ocurriendo a él. Con un movimiento ágil subió al carro rápidamente y entonces se le congeló la sonrisa. El cuerpo le pesaba y comenzó a sentirse muy, muy cansado.
“¡Frouden! ¿Qué me está pasando?”
“Nada mi pequeño, relájate. Tan solo he tomado lo que me pertenece.”
“¿Lo que te pertenece? ¿De qué estás hablando?”ç
“¿Es que ya has olvidado nuestro trato?”
Efectivamente lo había olvidado. Un sudor frío recorría su frente.
“De todo lo que consigas con mi ayuda, una parte es para mi. Gracias a mi transporte has ahorrado mucha energía de tu joven cuerpo. Yo tan solo me he limitado a tomarla como recompensa.”
En ese momento Dante entendió que aquel trato iba a salirle más caro de lo que había pensado pero ya no había marcha atrás. Agotado dejó reposar su cabeza a un lado del carruaje y cerró los ojos entregándose al sueño.

 Cuando volvió a abrirlos se encontraba en mitad de una llanura y no quedaba rastro del carro ni de los caballos. Durante un segundo pensó que tal vez todo había sido un sueño, pero al intentar incorporarse notó que todavía le pesaba el cuerpo y le faltaban las fuerzas. Era real y le iba a costar acostumbrarse.
“Me alegro de que te hayas despertado.”
“¿Dónde estamos? ¿Ya hemos llegado a Greensky?”
“Jajajaja, todavía no pequeño, todavía no.”
La carcajada de Frouden produjo un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.
“Entonces, ¿por qué estamos aquí parados?”
“Verás, nos hemos topado con otro inconveniente, para poder llegar hasta la ciudad hay que subir una empinada cuesta llena de rocas. Para ello se necesita agilidad y destreza, siendo un joven niño no creo que tuvieras ningún problema pero considerando tu estado actual lo veo tarea imposible.”
La serenidad y calma del lobo estaban comenzando a poner nervioso al muchacho que contestó sin pensar.
“Bueno pues, si tan listo eres. ¿Por qué no haces algo para remediarlo? ¿Acaso no estás aquí para ayudarme?”
“Claro pero…”
“No hay peros que valgan, haz lo que te digo.”
De nuevo esa mueca extraña parecida a una sonrisa se dibujó en el rostro de Frouden.
“Será un placer.”
Otro destello de luz y Dante volvió a sentirse como el niño que era. Estaba lleno de energía y salió corriendo cuesta arriba con una rapidez y agilidad increíbles.
Al llegar a la cima se encontró delante de la entrada a Greensky donde pudo ver un gran cartel de bienvenida a la ciudad y un soldado custodiando la entrada, No podía creerlo. Emocionado dio un paso adelante pues no podía esperar más y justo entonces se derrumbó.
Ahora no solo le pesaba el cuerpo sino que sus huesos parecían tener 50 años más. Mientras se retocorcía en el suelo levantó la cabeza hacia el guarda que no hizo nada para ayudarle, era como si no pudiera verle. Dante no era capaz de asimilar lo que le estaba pasando además solo pensaba en entrar a esa ciudad. Era una auténtica obsesión y estaba tan cerca de alcanzar su meta que no podía pensar en rendirse.
Agarró un palo de madera del suelo y se levantó. Usando el palo como bastón pudo llegar hasta la puerta pero el soldado no parecía hacerle ningún caso. Dante trató de llamar su atención, incluso empezó a hablarle pero nada, era inútil. Las puertas permanecerían cerradas.
Se escuchaban risas y gritos de alegría al otro lado de la puerta y Dante sintió gran curiosidad por saber que estaba pasando dentro. Frouden apareció de la nada como la primera vez.
“¿Me llamabas?”
El chico apretó el bastón para no caerse, se verdad que no quería hacerlo pero la curiosidad de su espíritu infantil no le dejó más remedio.
“Quiero saber que está pasando dentro y que perderé al conseguirlo.”
“Perderás la curiosidad y esa capacidad de los niños que los hace asombrarse ante todo, ya nada te parecerá nuevo. ¿Estás dispuesto?
Le temblaba todo el cuerpo y así se reflejó en su voz.
“A…Adelante”

Dante, sin ver nada, pudo comprender qué estaba pasando allí dentro. Cientos de niños jugaban y corrían por la ciudad. Todos se estaban divirtiendo pues no parecían tener problemas ni obligaciones, no…eso era Greensky. Estaban organizando una fiesta para los niños más felices de la ciudad que se celebraría esa misma noche. A Dante se le iluminó la cara, si tan solo él pudiera formar parte de todo aquello.
Levantó la mirada hacia el soldado y vio que este lo estaba observando.
“¡Buenos días y bienvenido a la ciudad de Greensky, la ciudad de los niños! Aquí dentro no pasan los años y el único objetivo es divertirse. Pero claro, hay que cumplir unos requisitos para poder entrar o la ciudad dejaría de existir. Solo está permitida la entrada a los niños que sean plenamente felices, enérgicos, ágiles y entusiastas. ¿Cree poder reunir esas cualidades?”
El chico observaba al soldado con total pasividad y la mirada enfocada al vacío pues ya nada podía sorprenderle.
“Espere un momento señor soldado.”
A su derecha se encontraba Frouden de nuevo.
“Quiero ser el niño más feliz, enérgico, ágil y entusiasta de todo Greensky para que hagan una gran fiesta en mi honor.”
“Mira pequeño creo que no deberías hacer eso. Ya me he cobrado más de lo que podía esperar de ti y si sigues así…bah, no se por que digo esto al fin y al cabo es mejor para mi pero es que…nunca nadie había querido llegar tan lejos.”
Dante no parecía inmutarse ante las palabras del lobo.
“Está bien pero debes saber que hay cosas que es mejor conseguir por uno mismo.”
Un nuevo resplandor mucho mayor que los anteriores y Frouden volvió a desaparecer, pero esta vez para siempre.

Dante se sentía como el niño que realmente era y su felicidad era tan grande que no hizo falta que le dijera nada al guarda. Las puertas se abrieron al instante.
Dentro se divirtió más que nunca, jamás había sido tan feliz y por supuesto disfrutó de una maravillosa fiesta en su honor. Sus compañeros lo acomodaron en una de las cabañas más grandes de la ciudad y cuando se encontraba a solas en su habitación el corazón comenzó a latirle violentamente. Tuvo que agarrarse al borde de la cama para no caer y allí, una vez sentado, todo empezó a darle vueltas. Al echarse las manos a la cabeza se detuvo a mirarlas, le estaban envejeciendo a una velocidad aterradora. No podía entenderlo, ¿acaso no dijo el guarda que allí no pasaba el tiempo?
Quiso gritar pero estaba perdiendo la voz. Todo su espíritu se estaba consumiendo en un fuego azul. De repente dejó de sentir miedo, pues ya nada podía sorprenderle. La cara del lobo se dibujó en su mente y lo comprendió todo.
Era el precio que debía pagar por no ir despacio, por querer conseguir las cosas sin esfuerzo ni paciencia. Una tristeza indescriptible se apoderó de su corazón y lo detuvo en el mismo instante en que una lágrima, salida de su ojo derecho, chocaba contra el suelo.

Esa lágrima llena de tristeza destrozó Greensky e hizo desaparecer a todos los niños que la habitaban borrándolos de todos los libros donde se hacía referencia a la ciudad de la misma forma que quedó borrado el nombre de Frouden.

MayLinG